SI YO FUERA PROFESOR DE MATEMÁTICAS… Y ATEO:
Si yo fuera profesor de matemáticas… y ateo, y si además fuera una persona reflexiva, cosa poco probable, sin duda pensaría que Dios es el infinito, o que el infinito es Dios, y me encantaría trasladar esto a mis alumnos en unas clases que desearía se convirtieran en un recuerdo perpetuo, porque soy de los que piensa que la docencia debe perdurar siempre, de lo contrario, no habría existido.
Les explicaría que la figura que lo simboliza se denomina lemniscata, y que hace más de trescientos años que John Wallis lo representó con esa forma de ocho acostado, posiblemente sin saber, que esa curva se iba a repetir en innumerables textos hasta el infinito y más allá, como diría el entrañable Buzz Lightyear. Les indicaría también que el concepto surgió mucho antes, ya en la antigua Grecia, los escritos de Aristóteles lo definían como lo inconmensurable, y no iba desencaminado.
Además les comentaría, que el infinito carece de límites, que parte de un punto desconocido para trasladarse a una velocidad no tabulada por el universo que nos rodea ocupando cualquier detalle insignificante, que llegaría a invadir cielos ignorados y que no se detendría ni en la noche más sombría, porque el infinito todo lo quiere, y quien quiere alcanza el infinito.
Les animaría a imaginar un punto lejano, inalcanzable, invisible incluso a ojos que descifran cualquier código indescriptible, y les señalaría que cuando el infinito llegara a ese lugar continuaría insaciable buscando otros planetas, otras lunas, otras estrellas, otra luz, otra vida… y que todo le parecería poco, y que en nada lo tendría todo.
Les haría reflexionar sobre si el concepto de infinito maneja nuestra presencia en este mundo, sobre si nuestros cerebros pueden abarcar contenidos infinitos incluso subestimándolo, si nuestro corazón produce infinitos latidos hasta que nos convertimos en infinitos granos de polvo que dejan infinidad de recuerdos en las personas que nos amaron hasta el infinito, por ello, el infinito trasciende a otra dimensión, a la de lo inexplicable.
Evidentemente, si yo fuera profesor de matemáticas… y ateo, seguramente creería que el infinito es Dios. Y si fuera creyente, apuntaría que Dios se sirvió del infinito para representar su bella e incomparable obra, y que la resurrección y la vida eterna, son más creíbles cuando empiezas a caminar sobre ese ocho acostado en el que no hay un final porque nosotros nunca terminamos, somos eternos, somos infinito.
José Luis Martín Pérez
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