Si yo fuera profesor de Historia… ¡y creyente!
A lo largo de la historia ha persistido de manera constante el enfrentamiento entre la teoría de la evolución y la religión, es decir, la eterna disputa sobre el origen del primer ser humano en la Tierra. Desde mi perspectiva, pese a que prácticamente se desmonta una a la otra, considero que son totalmente compatibles. No obstante, con toda probabilidad, algunos se preguntarán como la Iglesia católica puede seguir defendiendo de manera subjetiva que la aparición del primer ser humano en nuestro planeta no fue de forma sobrenatural (emparentados biológicamente con los primates), sino por causa divina; así como también habrá fundamentalistas cristianos categóricamente en contra de aceptar la evolución.
El diálogo y la compatibilidad entre ciencia y religión es posible; de hecho, Juan Pablo II, papa de la Iglesia católica y soberano de la ciudad del Vaticano entre 1978 y 2005, apeló durante su mandato a la concordancia entre ciencia y religión. Éste pontífice polaco era partidario de estrechar relaciones entre ciencia e Iglesia y, por consiguiente, manifestaba que la ciencia no tiene por qué ser atea por naturaleza y contradictoria a la creencia en Dios. Entonces, un entendimiento entre las dos partes habría de tener resultados positivos para ambos intereses en vista a un fructífero futuro. El propio Juan Pablo II afirmaba lo siguiente:
“La ciencia en sí misma es buena, puesto que es el conocimiento del mundo, que es bueno; como tal fue creado y apreciado por su Creador con satisfacción, como dice el Génesis. El conocimiento humano del mundo es un modo de participar en el conocimiento del Creador. Es, por lo tanto, un primer grado de la semejanza del hombre a Dios, un acto de respeto hacia él, ya que todo lo que descubrimos rinde tributo a la verdad básica”.
Si yo fuera profesor de historia… y creyente, y si me viese inmerso en la difícil tesitura de explicar la evolución humana a mis alumnos a pesar de mi inquebrantable fe, cosa que ya me ha pasado en este vigente curso 2020-2021 con los alumnos de 2º ESO, intentaría encuadrar el darwinismo (evolución biológica por selección natural) dentro del creacionismo (Dios creo el mundo). De ese modo, sin tapujos, afirmaría que cada ser que evoluciona se convierte automáticamente en un Dios en miniatura, debido a que realmente esa criatura carece de un creador ingenioso que le haya concedido la existencia. Esos dioses en miniatura son creadores involuntarios de otros seres, sin necesidad de establecer con antelación idea alguna sobre ello; por tanto, nos encontramos ante inagotables creadores de manera continua.
Asimismo, al mismo tiempo, comentaría a mis alumnos que el desarrollo evolutivo también se puede interpretar como un conjunto de fases naturales sucesivas mediante las cuales Dios crea los distintos seres conforme a su voluntad. Simplemente, un ser vivo aunque haya nacido del vientre de su progenitora no es del todo incongruente suponer que verdaderamente nos encontramos ante una criatura divina que se abastece y crece a través de las sustancias nutritivas que otorga la tierra. Saber a ciencia cierta quienes fueron los primeros humanos se antoja imposible, y si Dios no creó el cuerpo, seguramente creó el alma, considerada como el principio que da la vida.
Para terminar con esta propuesta, me quedo con la siguiente frase de las sagradas escrituras:
“La fe es la expectativa segura de las cosas que se esperan, la demostración evidente de realidades aunque no se contemple” (Heb 11:1).
Evidentemente, no estamos hablando de algo sencillo, ni mucho menos, pero con modestia y siendo conscientes de las enormes limitaciones de la mente humana, quizás podamos tener una idea medianamente clara de algo completamente caótico.
Domingo Segura Mejías
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