Si yo siendo profesora de Literatura tuviese que considerar la concepción del universo y formarme desde esta perspectiva una opinión, diría que los autores, y en algunos casos narradores, de las diferentes obras literarias se podrían identificar con Dios, ese Dios que desde la nada crea todo un universo, que es el que se puede encontrar en cada uno de las obras literarias, sea cual sea el género que se haya escogido, narrativa, lírica o teatro. Y esto se podría comunicar a todas las personas, no solamente alumnos, pues sería extensible también a individuos propios de otros ámbitos. Es algo universal.
Siendo esto así, y tomando como referente la narrativa, el contexto sería todo lo que nuestro Dios ha creado desde el principio de los tiempos, flora y fauna, la naturaleza al completo. Los personajes representarían a la humanidad, esos seres que se ubican en la cúspide de la creación, seres perfectos con sus imperfecciones, con sus peculiaridades, es decir, nosotros. Si tomamos como ejemplo la obra Niebla de Miguel de Unamuno, veríamos cómo el propio autor se erige como el “dios” de su obra. Augusto Pérez, el protagonista, se entera un buen día de que es una criatura forjada por su autor (Unamuno-Dios) y que está destinada a morir, por lo que no puede suicidarse como pretendía. Augusto se disgusta. Se enfrenta a su autor (Dios), lo “abandona” y ese Dios deja de soñarle y es entonces cuando muere. Pero no se trata solamente de autores como D. Miguel de Unamuno. Existe un tipo de narrador en muchas obras, que es en el fondo como un “dios”. Hablamos del narrador omnisciente que conoce todo de sus personajes, el contexto en el que se desenvuelven y la acción de la cual son partícipes. Se permite el lujo de juzgarlos y sabe incluso sus pensamientos y sentimientos. Viaja en el tiempo y el espacio. Es todo un “crack”. Miremos si no, lo que ocurre en muchas obras, donde conocemos la historia desde una perspectiva única, incuestionable, dominadora. Podríamos tener desde ese punto de vista todo un “Olimpo” dentro de la literatura.
Todo autor funciona, por otro lado, como un “dios” incuestionable de su obra literaria, cuando pretende crear un mundo de evasión, un mundo en el que poder refugiarse de aquello que no agrada. Esto se puede ver en muchos autores de poesía, como es el caso de Rubén Darío, que huyendo del mundo que le disgusta nos traslada en el tiempo y en el espacio a un nuevo universo, en el que todo es diferente, todo está bien.
También el teatro es buena prueba de ello. En tiempos de posguerra nos encontramos a autores, que sumen a su público en un mundo ideal en donde los personajes, cual marionetas diseñadas a su antojo, pululan por rincones ajenos al drama real que se vive.
Sin embargo, no todo en literatura es dominación. Los finales abiertos de muchas de las historias podrían compararse con nuestra capacidad de ser libres a la hora de tomar cualquier decisión. Es aquí donde podemos ver una conexión más real entre el universo creado por el dios/ autor y el nuestro, donde la humanidad, ya en su papel de personaje protagonista de la vida real, tiene la facultad de poder crear, forjar, su propio destino, a partir de las encrucijadas que se encuentre en la vida, tomando así las riendas de su propio mundo. ¡Qué suerte tenemos!
María Auxiliadora Déniz Marrero
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